LIBROS DEL PEZ ESPIRAL
CUADERNO DE COMPOSICIÓN
Martín Gubbins
Libro Objeto
Cuaderno de composición de Gubbins se suma, dentro de la historia de la literatura experimental mundial, a una larga lista de libros sin palabras (tanto los dejados “en blanco” como los ocupados por signos que no son letras) y de los que aquí sólo menciono el único precedente chileno que conozco, aquel valiente
La hinteligencia militar que Sergio Pesutic llenó de vacío en 1986, comentando urticante la aterradora era pinochetista a través de ciento y picos de hojas que no contienen nada. El Cuaderno de Gubbins, sin embargo, no es un acopio de páginas blancas, sino una secuencia de páginas llenas de líneas, como todo buen “cuaderno” (de hecho, del cuaderno escolar retoma también el tipo de tapa “clásica” con etiqueta para el nombre del alumno). Gubbins no escribe, traza, aislados en grupos de 4-5 páginas, patrones de líneas que permiten escribir. Pues su artefacto es, en primerísima instancia, una invitación a la escritura, casi un tentativo de seducción para que escribamos: no sólo nos otorga el soporte, sino que el volumen viene acompañado por dos instrumentos, un lápiz y una goma para borrar.
Cuaderno de composición aguijonea el/la lector/a para que rellene su interior, le niega cualquier “horizonte de expectativa”, le reclama acción, porque el/la lector/a es invitado/a a crearlas él/ella mismo/a o a hundirse en su silencio (tornándose, al revés, un objeto que excluye a su público): es un libro que rehúsa cualquier género, pero alienta la “generación” de escritura y reescritura, una vez superado –si se logra superar– el rechazo que el abismo de la página virgen, o el amor bibliómano por el objeto-libro, siempre provoca.
Cuaderno de composición, si enmarcado en términos de “apertura” de la obra y co-autoría con el lector –como las entendía, por ejemplo, el recién fallecido Umberto Eco en Obra abierta – es una especie de non plus ultra. Cabe destacar que el “regalo” es un lápiz y no una birome, por ende Gubbins descarta la permanencia a favor de la transitoriedad: la goma y el grafito presuponen, en efecto, que el Cuaderno estimule un texto cambiante, una serie de reescrituras continuas, aunque finitas, porque su condición de corroído palimpsesto, en un momento, llegará a la destrucción de la celulosa, de su ser. La propuesta de Gubbins tiene más ribetes, sobre todo en lo que se relaciona con el aparente máximo grado de libertad brindado a quien lee, porque casi se podría interpretar como una abdicación del escritor de su tarea. Empero Gubbins marca su libro, no lo abandona al puro candor del papel, lo “escribe” en el sentido de producir graphos, signos: lo colma de líneas que se mueven fluidamente a lo largo del tomo, primero más tupidas, luego con intervalos irregulares, al final más espaciadas: quien efectivamente va a “usar” el Cuaderno difícilmente podrá hacerlo sin tener en cuenta las ondulaciones de estos carriles. También sin uso, dejado a la sola potencialidad del acto, el/la lector/a contemplador/a sufrirá el condicionamiento de estos surcos que remiten a conceptos como orden, racionalidad, ritmo. Ritmo. Nada casual que los temerarios experimentos de Gubbins –autor, en 2010, del poemario Fuentes del derecho, compuesto enteramente de citas de literatura jurisprudencial– cuenten con varias incursiones en la poesía sonora. Físicamente su Cuaderno de composición es también muy parecido a una partitura que sella, una vez más, el binomio música y letras, aunque de manera totalmente cerebral.