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​LIBROS DEL PEZ ESPIRAL

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CIUDAD DEL NIÑO

Ricardo Espinaza

Una ciudad de juguetería sin nombre ni recuerdo ni ciudad,

o algo así: Para una presentación de Ciudad del Niño, de Ricardo Espinaza

y así, regresarás aunque parezca que te estás yendo

no te ocultarás aunque te estés retirando

 

Si Kongtu

Una ciudad ­­–cualquier ciudad– obedece a estructuras demasiado complejas para ser sumidas en un solo haz de explicaciones. Podemos imaginarle esquejes o brotes que la simplifican, cuentos para niños que creemos simplifican novelas de adultos; ciudades para niños.  Pero la simplificación es distorsión y, finalmente, omisión o mentira. La imagen de una rama imitando fractalmente al árbol no puede aquí sostenerse: el acercamiento no reproduce sin fin la estructura mayor sino que la retuerce, atrofia o hipertrofia. Esto no deniega la permanencia de lo imitado; lo afirma precisamente por desviación. Y el retorcimiento en la imitación, la sistemática pero modificada afinidad entre lo urbano-arquitectónico con lo literario, pasan tanto por la que podríamos llamar “dimensión humana” de estos ámbitos como por su necesaria estructuración formal. Uso estos términos por comodidad: no creo que el segundo sea menos “humano” que el primero, y volveré a eso. Digamos que el punto clave, en cualquier caso, pasa por la idea de “habitación” (mausoleo/ como cual bestia hablante que la habita, p. 32) y no sólo nuestro cuerpo habita y no sólo un lugar físico.

 

Pero volvamos a la tierra, es decir, a Ciudad del Niño de Ricardo Espinaza (Libros del Pez Espiral, Santiago, 2013), poemario o poema largo articulado que, a mi parecer, enfoca las equivalencias –o no– posibles de advertir entre lo referido y su referente, o la habitabilidad de un discurso o su distancia con él, hasta hacerlo inhabitable; las distorsiones, las necesarias y las contingentes, disparando brotes de sentido (no uno solo y no todos constructivos) en todas las direcciones posibles, todo ello sin renegar de cierto orden, al menos en la especie de la recurrencia.

 

El concreto referente de esta concreción que es Ciudad del Niño, a saber la “Ciudad del Niño Presidente Juan Antonio Ríos”1, fue un proyecto paraestatal, por allá por los gobiernos radicales, concebido como un complejo que imitaba una ciudad en miniatura, con infraestructura y espacios adecuados para el cuidado y educación de niños “en riesgo social”: por entonces niños huérfanos, delincuentes o las dos cosas. Nada de eso queda ahora, salvo otra nota al pie de la historia del desmantelamiento del Estado, el nombre de una estación de metro, cierta memoria difusa. Producto de otros tiempos, como podríamos repetir con amargura y algo de mitificación, su nombre era vagamente resonante de un espacio divertido y feliz, como a mí me sonaba de niño (pero que la ciudad del niño difícilmente es un lugar feliz, p. 55), aunque por supuesto ocultaba –aparte de por concebir una ciudad dentro de otra y evocando al hacerlo, inadvertidamente supongo, la imagen de un ghetto o judería para niños– un espacio inevitablemente miserable, si no por infraestructura, sí por el obvio dolor inherente a la situación de sus forzados habitantes.

 

La relación de Ciudad del Niño, este libro, con la “ciudad” antes descrita es de desquiciamiento en más de un sentido. Por de pronto, ambas corroen lo que enuncian, al no ser posible entender que hablamos ni de ciudad ni de niños en ninguna de las dos, al menos preliminarmente. La Ciudad del Niño fue la mascarada de una ciudad, el tinglado pobre pero honrado en el cual se ejecutó de manera un tanto grotesca una especie de parque de diversiones obligatorio para desharrapados, un mundomágico parcialmente carcelario; lejos de ser propia o apropiable por sus habitantes, éstos quedaron sujetos a la tutela e inocuización estatal de esta ciudad –no la del niño sino la Otra, la polis o aquello entre nosotros que la remede– como sujetos pasivos, si no derechamente objetos de custodia por parte de un ente abstracto y pétreo, si bienintencionado en el programa.

 

Ciudad del Niño guarda relación con su referente real –es un decir– por no guardar relación alguna con él, salvo en cuanto ambas corresponden a relaciones torcidas, torturadas con una urbe. Pero antes de intentar cualquier épica o fraude similar, cabe recalcar que lo anterior no puede tomarse como una relación en línea recta. No por nada, todos los barruntos arrojados hasta ahora implican curva, circularidad, esfera, y huelga decir que la diferencia fundamental de la curva con la recta es que tarde o temprano se encuentra a sí misma. Ciudad del Niño se retuerce al relacionarse con la Ciudad del Niño tal como ésta se retuerce al hacerlo con la ciudad, capitale de la douleur, como diría el poeta.

 

En tal sentido, Ciudad del Niño no sólo cierra un espacio, sino que se observa hacerlo (AL OBSERVAR AL OBSERVADOR SE OBSERVAN A SÍ MISMOS/AL LEER AL LECTOR SE LEEN A SÍ MISMOS, MISMAMENTE TAMBIÉN/ O ALGO ASÍ, pág. 41), se remeda –al ser imposible repetir nada en un sentido estricto, la repetición es siempre un remedo de un original– y de paso encierra algo. Con ello no necesariamente borra, pero sí aparenta cortar sus significantes de sus significados y los deja solos o más solos que antes, como dentro de una mónada o un polígono penitenciario; un panóptico de palabras. Ello parece evocar nuestras propias relaciones con la ciudad, al menos con lo que se ha dado en concebir como la relación eminentemente solitaria y vigilada de la ciudad con su habitante, y quizá reintroduce constantemente materiales en la articulación del texto de Espinaza (A lo aquello que vuelve con un ritornelo ritual/ en plena sequía de la certeza/ absurdo singular del pensamiento/ sin identidad alguna por cierto/ en el agujero perfume de la histeria/ al momento de lo aquello que regresa/ y que yo te sepa para reír y sonreír/ junto a mi celofán triste de corazón infantil así/ en mi barroca cereza loca/ junto a la impersonal criba que en la lluvia aqueja/ junto a la penuria muerta que en la penumbra espejea, p. 75); compensación que no es necesariamente edificante ni esperanzadora.

 

Por de pronto, el ejercicio de erigir Ciudad del Niño ha supuesto quemazones, desahucios y demoliciones, plasmados en el poema a través de vacilaciones lingüísticas como el habla de infantes, pero diferentes en cuanto programadas o intencionales; giros y expresiones entre atónitas y temblorosas asomando en este libro y repitiéndose, es decir remedándose constantemente, como el aprendizaje de esa misma habla. Reducidos a sábulo, arenas negras y transparentes.

 

Antes de que la imagen anterior decante del todo, cabe señalar inmediatamente que las posibilidades de sentido en Ciudad del Niño no se agotan en la cuenta simbólica de la soledad y destrucción, dejados como restos del levantamiento de un constructo determinado. Con esto no pretendo introducir un feliz desastre final que salve el agrado del lector. Pero Ciudad del Niño es tanto más complejo como para agotarse en la lectura que acabo de plantear. Así, mediante la utilización de piezas quebradas –palabras, frases, versos, los mismas secciones de este libro– y arrojadas como dados, o a través de movimientos dislocadores en los tiempos, géneros y anudando articulaciones pasadas y futuras por no existentes, es decir esperables; y ello, en un lenguaje agostado pero por lo mismo dúctil, Espinaza introduce elementos que no conducen al final feliz (porque ¿dónde termina este libro?), pero sí niegan la imposibilidad de escapar.

 

Esto, porque el ejercicio destructor –aun el circular– no puede volver al punto de partida, así incluso quisiera cerrar la puerta por dentro. Así el énfasis en la reiteración desviante en, por ejemplo, las variaciones del texto que la imaginación (hace algo) que la creación ni cagando, donde sucesivamente la imaginación es trágica, cuática, nada; la imaginación delira, deviene, alucina, ignora y (era que no) la imaginación es poética. Aunque no la creación, es decir la poesía (ésa no es poética, ni cagando).

 

Ciudad del Niño es un poema que termina en un lugar diferente al comienzo, por mucho que el texto del comienzo y al final sean uno y el mismo, porque, claro, en realidad no lo son. Entretanto ocurrió algo, un poema o algo así, que regresa aunque parezca que está yéndose y que no se ocultará aunque se esté retirando, por una ventana que ya no es necesario abrir. Pero que Ciudad del Niño quizá intenta abrir o hacer saltar de todos modos.

 

Juan Pablo Pereira

Santiago, agosto 2014

 

1 No es cierto. La referencia concreta de este libro es la “Ciudad del Niño Ricardo Espinosa”, de Concepción. Mi ignorancia inexcusable, aparte de falsear la referencia, desperdició una lectura posible respecto del evidente cruce entre su nombre y el del autor de este poemario. Algunos errores posteriores de referencia en el texto y que dependen del primero y obvio –mantenido a modo de escarmiento– han sido en cambio suprimidos. Valga el acuse como excusa (JPP, 2017).

Especificaciones:
13 ×19,5 cm
55 pp.

 

Encuadernación rústica

Guarda impresa de

papel Curious

metallics rojo
impreso en off set

con cinco perforaciones

en portada

ISBN: 978-956-9147-22-7

Colección Pez Espada

Poesía

Pez Espiral, 2014

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